Una de las grandes deudas de muchas organizaciones sigue siendo la formación de líderes reales. Aún hoy se asciende a personas solo por su rendimiento técnico, sin evaluar sus habilidades blandas. Sin embargo, cuando alguien lidera un equipo, la empatía, la comunicación y la inteligencia emocional ya no son opcionales: son el núcleo del liderazgo.

Un jefe se nombra. Un líder se construye. La autoridad impuesta puede lograr obediencia, pero no compromiso. Las empresas necesitan líderes que escuchen, den el ejemplo, marquen el rumbo y acompañen. Porque cuando eso falla, aparecen las malas prácticas que minan la motivación: corregir en público, no reconocer, no escuchar, apropiarse del trabajo ajeno, no dar lugar al desarrollo.

Por eso, formar líderes no puede ser un lujo ni una moda. Es una necesidad estratégica. No se trata de enseñar a controlar, sino a inspirar, potenciar y reconocer. El liderazgo no siempre surge de forma natural, pero puede y debe ser aprendido. Y aquí las organizaciones juegan un rol clave: no pueden esperar a que el liderazgo “surja solo”.

Invertir en líderes sólidos es una de las decisiones más rentables. Porque al final del día, los líderes no solo gestionan tareas: definen culturas, crean entornos y construyen futuro. Tener malos jefes cuesta muchísimo más que invertir en formarlos bien.

Por Luis Salerno, Socio de Consultoría de Auren Argentina