Reivindicación de la profesión de auditor

12/02/2019

El auditor, como profesional, tuvo en la segunda mitad del siglo XX un reconocimiento por parte de la sociedad muy relevante. El prestigio de la profesión  hacía que muchos de los recién licenciados en las diferentes carreras o diplomaturas, relacionadas con la economía, se dirigieran con entusiasmo a formar parte de las filas de auditores, y no únicamente para aprender (lo mucho que los estudios no les habían enseñado),  sino con el objetivo de hacer carrera profesional, teniendo la ilusión de, algún día, ser ellos los que firmaran los informes de auditoría, en una firma grande o pequeña, o como profesionales individuales.

La realidad de hoy en día es diferente. Estamos en una sociedad que cambia a pasos vertiginosos. Nada es permanente y los avatares que ha sufrido la profesión en los últimos veinte años, debido tanto a situaciones externas como internas, ha supuesto la pérdida del “glamour” de la profesión para los nuevos graduados. Continuamos teniendo interesados en aprender, pero sin tanta ilusión. Ahora el objetivo es otro: adquirir experiencia y conocimientos en las diferentes áreas de la empresa, y saltar, cuanto antes mejor, hacia departamentos financieros de entidades públicas o privadas, con la idea de ganar en estabilidad sin tanta presión.

Es evidente que no todo son facilidades, pero ¿cuál es la profesión o actividad que no tiene sus propias espinas? Las guardias nocturnas de les médicos, las interminables horas de estudio de los abogados o los problemas de falta de trabajo de los arquitectos cuando explota la crisis, por ejemplo.

La auditoría de cuentas continúa aportando valor a la sociedad. En su esencia no ha cambiado y, cada vez más, su valor será reconocido por un mayor número de grupos de interés. No solamente los inversores quieren conocer que la información financiera de su inversión es fiable, sino que también les interesa saber que la de sus competidores también lo es. Así mismo, entidades financieras, gubernamentales, así como los propios ciudadanos y consumidores son conscientes de que su voto o decisión de consumo no se decide a cualquier precio. La necesidad de transparencia, tanto de la información financiera como no financiera, empieza a ser demandada por mayor grupo de interesados. A su vez, no hay transparencia si no se garantiza que la información pública es veraz, que no existen sesgos, errores, fraudes ni manipulación de datos.  Los auditores de cuentas aportamos seguridad en la toma de decisiones y nuestro trabajo ha de considerarse de interés público.

Como decíamos, aunque el fondo no ha cambiado, la forma sí, y mucho. Dejando a un lado los requerimientos legales, tanto contables como de auditoría, la innovación tecnológica ha provocado un cambio sustancial en la profesión. El auditor, o los profesionales de su equipo, han de poseer un perfil tecnológico para poder estar a la altura de las herramientas de sus clientes, así como para ser más eficientes y eficaces, lo que repercutirá en la calidad de su trabajo. Algunas voces vaticinan que los auditores serán substituidos por inteligencia artificial. Es cierto que dicha inteligencia nos ayudará y seguramente reducirá el trabajo de aquellos profesionales de baja cualificación, pero en el momento de dar la opinión, el juicio profesional del auditor deberá continuar existiendo y, por ahora, dicha sustitución todavía está lejos.

Precisamente, el juicio profesional es el valor más apreciado por parte de los auditores. Es una habilidad que no se estudia en la Universidad, se aprende con la experiencia adquirida, formando parte de discusiones estratégicas con la dirección de las entidades auditadas, con el conocimiento de los entresijos de actividades muy diversas y de departamentos financieros muy dispares, así como analizando estrategias de negocio diferente, tanto a nivel nacional como internacional. En un mundo globalizado como en el que vivimos, los auditores tenemos la oportunidad de contactar con muchas realidades diferentes, lo que nos ayuda a ser más objetivos.

Pero aún hay otro motivo por el cual la auditoría es apasionante, y es el ambiente multidisciplinar en el que los auditores nos movemos. En muchísimas ocasiones hemos de gestionar temas de tipo tecnológico, medioambiental, social, de recursos humanos, legales etc. Evidentemente, no podemos ser expertos en todos los ámbitos, pero sí hemos de conocer los riesgos implícitos en cada uno de los diferentes aspectos que ocupan a la empresa, y hemos de saber gestionar, junto con los profesionales correspondientes, los efectos de dichos riesgos en la información pública del cliente. Tanto en la información financiera, como en la información de carácter no financiero que ha de reportarse en aras a la transparencia mencionada.

La auditoría es un gran reto y sus profesionales han de ser personas con unas capacidades técnicas, tecnológicas y relacionales importantes, así como poseer valores éticos y humanos. Es evidente que la profesión tiene mucho de vocacional y se demuestra en la rotación de sus integrantes, sobre todo, en los niveles iniciales de la profesión. No obstante, este aspecto no ha de ser negativo para las firmas de auditoría, al contrario, cada salida implica nuevo espacio para un recurso nuevo que aportará nuevas ideas, conocimiento e ilusión.

El reto de las firmas de auditoría es saber gestionar estos trasiegos. La retención del talento es un tema importante a tener en cuenta, pero no a cualquier precio.

Estamos seguros de que no hace falta glamour para atraer a los jóvenes talentos, pero somos los actuales profesionales de la auditoria los que hemos de trabajar para que nuevamente la importancia de sus objetivos se vean reconocidos, adaptándonos además a nuevas formas de trabajo más flexibles y creativas.

M. Eugènia Bailach, Auditora y socia de Auren

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